Son muchas las cosas que le debo a la fotografía, sin duda,
pero una de las más relevantes es la fijación por observar y disfrutar el mundo
que me rodea. Desde un clásico atardecer, hasta la graciosa coincidencia de
colores entre alguien que pasa y la pared del fondo.
Ir por la calle con el ojo de fotógrafo (lo reconozco: llevo
un visor en mi cerebro) no sólo me permite gozar de la vida, sino también
enfrentarme a ella con menos prisa, saboreando lo que está presente e, incluso,
lo que podría haber. Y de esto quiero hablar hoy, de la paciencia en la
fotografía.
Hacer fotos y esperar son, para mí, dos caras de la misma
moneda. “Curioso mural. Si pasara
una chica con carrito….”
Estos pequeños placeres no se pagan con dinero, en sentido
literal (no hay que pagar por ellos) y metafórico (son inigualables). Callejeas
por la ciudad, saboreando la vida que fluye, sus rincones, y te quedas
esperando la guinda del pastel.
También la naturaleza te pide paciencia a cambio de placer.
No hay nada más gozoso que contemplar la mar, sin más. O los cambios de color
del cielo al salir o ponerse el sol. O jugar un rato a que esa solitaria nube
se coloque donde tú quieres (bueno, donde le da la gana a ella, pero a ti te
gusta jugar a demiurgo)
Así que espero que la paciencia no me falte, que me siga
proporcionando placeres, y que el mundo siga girando con sus graciosas
coincidencias.